Yo, escritora

Ilustración de Shirley Scugall

¿Quién es Shirley Scugall? Da click en la imagen para saberlo.

Yo, escritora

Un espacio de reflexión acerca del proceso creativo de una escritora.

Rebeca M. González

La llegada a mi lengua materna

Cuando era estudiante de Creación Literaria me ocurrió, lo que yo creía más irónico, dejé de escribir, me paralicé, enmudecí, sentía que las palabras no me pertenecían. Me sentía rígida, no le encontraba más sentido a escribir. No tenía la desenvoltura que tuve de más jóven, como también la tuve cuando pintaba.

Hay dos cosas que recuerdo de esos momentos de desenvoltura: a mi yo más pequeña y el placer de dibujar y escribir por amor a mi madre. Yo hacía ambas cosas por amor a ella. Buscaba, cada día, mejorar; quería descubrir técnica y buscaba nutrirme porque quería hacerle regalos a mi madre. Ella nunca me exigió mejora, pero sabía que su aprobación y su apoyo eran necesarios para mí e hizo lo necesario. Nunca se interpuso a mis pasiones, siempre me observó con distancia y amor, me defendió y cuidó. Lo mismo pasó con el deporte, me proporcionó su apoyo, pero no sentí nunca la exigencia rígida que seca una pasión, sino que me dio su ayuda y hablaba con amor, me impulsaba a ser mejor en lo que amaba con respeto y cariño.

Pero en mi carrera no encontré casi nada de eso, por el contrario, muchas veces encontré humillación de profesores contra estudiantes, de estudiantes contra otros estudiantes, etc. Ahora entiendo que esta es una forma normalizada de “enseñar” en el orden institucional y patriarcal, la cual nos tergiversa una serie de palabras dando lugar a distorsiones, por ejemplo, pensar que no se puede enseñar sin humillación, algo como: “si no puedes aguantar la rigidez, la humillación y el maltrato entonces eres mala estudiante o para ser una gran escritora necesitas de la rigurosidad autoritaria” y no de aprender la técnica y del conocimiento de quienes ya lo saben por medio del amor y la paciencia. No sé qué tiene que ver la humillación con un mejor proceso para aprender, estas dos palabras tienen una gran distancia entre ellas, son simplemente cosas tan distintas.

Así que por un lado, me paralizó la forma cruel de enseñanza, y por otra, entender que la literatura que aprendía en las aulas, había sido, sobre todo construída por los hombres, creando un universo literario a la media de ellos. Es decir, yo sentía que no podía ser tan fluída como mis compañeros hombres, que no podía, ni podría navegar con esa soltura, pero es que su literatura estaba cargada, ahora lo entiendo, por un orden patriarcal, del cual yo estaba fuera.

Llegué a creer que no habían otras formas de escribir, de hacer literatura, pero cuando salí de la carrera y pasaron algunos meses, en los que me aparté completamente de ella, descansé, volví a las palabras de forma libre y, de nuevo, retomé mi pasión. En ese camino encontré a poetas, lingüistas, filósofas, filólogas e historiadoras quienes contaban haber sentido esta misma experiencia, mujeres que iniciaron una búsqueda con su lenguaje, y yo decidí comenzar la mía. Descubrí que hubieron mujeres de años y siglos pasados, que siempre sintieron que el lenguaje les pertenecía y, aún más interesante, que ellas eran creadoras y quienes transmitían ese lenguaje, además supe que ellas tampoco habían perdido el orden, el tan importante orden simbólico de la madre.

He entendido que para que yo dejara de sentir que el lenguaje no me pertenecía, que la creación que con él pudiera hacer, fuera posible para mí, necesitaba de ese orden o de esa armonía como la menciona Barbara Verzini, la armonía de la enseñanza de mi madre, pero también comprendí, que para mí lo más importante de la creación radica en el amor que le tengo a mi madre, un amor que se practica en gerundio como lo dice Luisa Muraro, es decir, en un presente continuo: amando a mi madre.

Mi llegada a mi lengua materna, no es sino el inicio de volver a contactar con mi madre, como lo dice Andrea Franulic:

“es ese volver a ella reconociendo su enseñanza y su amor por mí”.

Siguiente
Siguiente

Historias de terror: “Brujas escritoras”