Marea

Que nadie me niegue mi derecho a ser marea
a traer conmigo el mandato de la luna.
Soy inmensa y mi canto no es pequeño
porque amo a la medida de un ciclón
Soy tsunami, soy ola que embiste
colosal caricia en el alma.

Que no les asuste quererme
cuando me descubran marea
ni sea razón para no amarme
saber que comprendo la maestría del diluvio
cuando cae contra el suelo.

Imagen: Shirley Scugall

Poema: Rebeca M. González

Yo que esperó al susurro del viento
que viene nadando entre montañas y rascacielos
desde tiempos remotos
aquella brisa que anda a tropel
que cruza libre el lomo de las costas
y viaja por encima del tejado de los árboles
ese viento que se desprendió
en la creación del universo
que nació del canto de las viejas,
aire dilatado que roza su vuelo
en cada uno de mis raudales
y allí me susurra
que tengo el derecho de ser
diafanidad rebelde, mar de fondo
y que la arena no es el óbice
de mis sueños oceánicos
que escriba todo lo que quiera
que ame con todo lo que tenga
y que escuché
a las viejas, a las abuelas con corazones
de atropina
que abrace sus ideas en forma de espirales,
que son aves inmortales que emprenden el vuelo,
un viaje que se recicla y se recicla
atravesando ciudades, mares y desiertos.
Sus labios como alas, fabrican
esta brisa, que me grita que nunca deje
de soplar, que no me sienta sola
que no soy la única que se siente
playa en algarabía, mar abierto,
y que yo soy una de tantas
que abraza con fuerza titánica
su derecho a seguir siendo marea.

No tengan miedo de mí
de mí que amo a la altura de un huracán.
de mí que voy a esconderme entre un juego de olas
cada que el temor me arrastra a mis orillas.

No tenga miedo de mí
que sé purificarme entre arrecifes
y sé de la rebeldía que esconden los litorales.